por Conrado Lanusse
Alberto D’Alessandro, nacido en Cnel. Pringles y radicado en Bahia Blanca, es uno de los guitarristas con más trayectoria en la zona. Concertista de gran nivel, docente con mucha vocación, se ha perfeccionado con numerosos maestros nacionales e internacionales, a la vez que ha viajado con su guitarra por el mundo, dando conciertos por muchos países de América y Europa. Mi primer encuentro con él fue mediante una invitación que recibí por parte de Mariana Ortiz, profesora del Conservatorio de Bahía Blanca, para participar en el Festival Música en la Ventana 2014, que organiza Alberto, y en una orquesta de guitarras también dirigida por él, para tocar el Concierto en Do Mayor para mandolina y orquesta de Vivaldi, arreglada para orquesta de guitarras, para ser ejecutada junto con ellos y otros alumnos y profesores en ese festival, y que posteriormente sería tocada de nuevo en el Festival Puertas del Sur.
Así fue que me acerqué a él y empecé a conocer su historia y virtudes como guitarrista, como docente y también como persona, de mucha calidez y buen trato, siempre muy dispuesto no sólo a tocar y hacer música, sino a crear espacios donde los jóvenes, y los grandes también, tengan un lugar para tocar, expresarse, y hacer música con la guitarra. Esto último es algo que valoré muchísimo, y sabiendo esto fue que lo elegí principalmente para que, a través de unas pocas preguntas que le hice en la cocina de mi casa, pudiera explayar sus ideas y voluntades, así como su experiencia como concertista y como docente, de una manera un tanto resumida que pueda ser útil a todos aquellos estudiantes de música que están construyendo un futuro en la docencia y en la música para guitarra. Nuestro diálogo fue así:
Alberto, contame, ¿Cómo conociste la guitarra? ¿Cómo te acercaste a ella, o por qué la elegiste?
Fue durante mi infancia, en Coronel Pringles, mi pueblo. Mi mamá cantaba mucho, muchísimo, y muy bien. Ama de casa, se la pasaba fregando y limpiando, lavaba la ropa a mano, con la tabla, y lustraba el piso con los patines, y mientras hacia todas esas tareas ella se la pasaba cantando. Y yo creo que pesqué la música por ese lado. Como éramos muy humildes, el instrumento más barato que se podía conseguir en ese momento para aprender música era la guitarra. En ese momento estaban de moda la guitarra, el piano y el acordeón, pero el piano y el acordeón eran muy caros. En realidad no recuerdo si me compraron una guitarra o si el maestro mío, con quien estudiaba, me empezó a prestar una hasta que conseguí la mía.
¿O sea que no la elegiste directamente por gusto, sino que llegó a vos por otras razones?
Claro, no es más bien que la elegí, sino que llegó a mí por cuestiones económicas.
Y a partir de ahí, ¿Cómo fue tu formación musical y guitarrística?
Bueno mi formación fue muy ecléctica. Mi primer maestro fue Carlos Allú en Cnel. Pringles, quien fue una marca muy importante para mí porque era un hombre increíblemente culto para la época, más en un pueblo tan chiquito. El tenía una enorme sensibilidad para la música y para dar clases, y fue él quien me transmitió eso y me enseñó a sentir la música. Además de la técnica y la interpretación, la sensibilidad creo que es algo muy difícil de obtener y de transmitir, y él me enseñó eso. Cuando veía que un alumno tenía aptitudes y estudiaba mucho, el se esforzaba muchísimo para potenciar todo lo que ese alumno tenía. Y bueno, ese fue el inicio. Al pasar a Bahía Blanca a los 17 años, empecé la carrera de Contador Público en la Universidad del Sur. Pero eso era sólo para tener un sostén, aparte de eso yo no tenía dudas de la vocación mía para la música. En realidad, viniendo de un pueblito tan chico, yo ni tenía idea de que existía la carrera de música, y eso lo descubrí en Bahía Blanca. Pero bueno, principalmente, hice muchos cursos, y la formación mía la hice con muchos profesores haciendo muchos cursos.
Pero, ¿estudiaste y te recibiste en el Conservatorio?
No, yo no tengo ningún título. A mí me llamaron del Conservatorio en el año 87 porque no había profesores con título, y entonces me llamaron a mí para dar clases. Pero aún sin título, yo estudié mucho en distintas materias. En guitarra estudié mucho con Miguel Angel Girollet, en música antigua y música contemporánea; hice un curso en Puerto Alegre, en la Facultad de Palestrina, donde estaba Jorge Martínez Zárate, Alvaro Pierri, Arturo Ceballos, Enrique Beloc, entre otros. También hice dos cursos muy importantes en Montevideo con Abel Carlevaro, durante dos años seguidos, para interiorizarme en la técnica de Carlevaro. Luego estudié con Manuel López Ramos, un guitarrista mexicano, un maestro extraordinario que me enseñó mucho sobre interpretación, y también muchos yeites y recursos técnicos que usaba Andrés Segovia, de quien había sido alumno. También estudié con Roberto Aussel en Francia, y con Leo Brouwer, con quien hice un curso sobre ornamentación.
Luego hice muchísimos cursos en el CRAM, Centro Ricordi de Asesoramiento Musical, en Buenos Aires, sobre pedagogía musical, con Susana Espinoza, Silvia Malbrán, Silvia Furnó y otros. Y demás cursos que no recuerdo.
Quería saber tu opinión sobre la formación en el Conservatorio de Bahia Blanca, aprovechando que trabajaste ahí, comparándolo con tu formación no institucional y con tu experiencia en el exterior ¿Cómo ves la formación del guitarrista y del profesor de guitarra en el Conservatorio?
Me interesa mucho esa pregunta a esta altura de mi vida. Creo que puedo dar una opinión interesante ya que he trabajado ahí y he dado seminarios en otros países y acá en Argentina también, en seminarios internacionales, y he tenido la oportunidad de ver cómo es la formación en Europa y en otros lugares acá en el país.
Primero considero que en el Conservatorio hay una excelente formación, una muy buena, con profesores muy buenos que han hecho su carrera con sus títulos, lo cual les acredita haber tenido muchos años de estudio. Pero al plano curricular, o al nivel “político”, por llamarle de alguna manera, me refiero al más alto nivel de la currícula de un Conservatorio, podría decir que hay un concepto un poco enciclopédico de la formación, donde el alumno tiene que saber muchas cosas: instrumento, armonía, práctica coral, pedagogía en cantidad, de todo, muchas materias; y para mi gusto, por lo que he visto en otros conservatorios, tienen una visión muy enciclopédica. Muy grande.
Lo segundo que quiero decir es que se ha como “pedagogizado” mucho la carrera del Conservatorio, para mi gusto. Con el tiempo se ha pedagogizado mucho, se fueron agregando muchísimas materias pedagógicas, que no está mal, pero, con respecto a eso, me parece que se ha dejado muy de lado todo lo que se puede adquirir con la práctica empírica de la enseñanza y de la ejecución e interpretación instrumental. Uno aprende muchísimo si tiene que tocar, tiene que resolver muchísimos problemas, que la mano derecha, la mano izquierda, resolver los pasajes, la interpretación, y demás, muchas cosas. Y toda esa cosa empírica, de tocar, cuando se trabaja con un alumno, uno vierte toda esa experiencia ahí. Entonces creo que se ha dejado muy de lado todo el tema de lo empírico, de tocar y de hacer experiencia con el instrumento, y se le ha dejado todo el cargo a la pedagogía solamente. La propia enseñanza es una cosa empírica: yo he aprendido muchísimo dando clase, a pesar de haber hecho muchísimos cursos sobre pedagogía musical, y es la práctica lo que más herramientas nos da.
Volviendo a lo primero, a lo enciclopédico, tengo una anécdota. Yo una vez tenía que tocar con un violinista, un muchacho joven de unos 20 o 21 años que estudiaba en la Juilliard School en New York. Teníamos que tocar obras de Piazzolla en el Festival Internacional de Tango en Buenos Aires, no recuerdo qué año. Y una vez le pregunté qué materias tenia allá donde estudiaba, y recuerdo que él me dijo que tenía 4 materias: instrumento, filosofía, lenguaje musical, y un idioma. Eso, en su momento, me dejó helado. Parecido, una vez también di clases en la Escuela Estatal de Estonia, en Tallin, la capital, y ahí también tienen muchísimas menos materias y mucha más práctica instrumental. Aun así, creo que hay un muy buen nivel técnico en el Conservatorio, en cuanto a lo guitarrístico por lo menos, que es lo que yo conozco.
Por otro lado, también creo que hay una cosa muy canónica respecto al repertorio. No entran en los programas otros compositores distintos a los ya legitimados por el canon académico. Yo recuerdo, por allá en la década del 70 u 80, haber tocado La Catedral de Agustín Barrios, y todavía no era un compositor muy legitimado y no se aceptaba mucho. ¡Agustín Barrios! Pasaron muchos años para que se aceptara en el nivel académico. Fui el primero en tocar las obras de Máximo Pujol. ¡Menos! Porque era un compositor joven, vivo, contemporáneo, que hacia música moderna medio rockera, medio tangueada. Y así con muchos compositores, que no entran en el canon. Y creo que se están perdiendo unos excelentes compositores.
Y hablando sobre repertorio, ¿Qué es lo que más te interesa, o a lo que más apuntás o recomendás generalmente?
Bueno, en el Festival Música en La Ventana, que se hace todos los años, la primera charla del primer día es siempre sobre repertorio, con colaboración de todos los profesores que vienen de afuera. Recuerdo el primer festival que hice donde puse como titulo a la charla “El repertorio es uno mismo”. Y yo creo que uno cuando está haciendo una carrera profesional, si bien va haciendo los contenidos que están exigidos dentro del programa y demás, uno no tiene todavía muy en claro que es lo que realmente le gusta. Yo tardé tiempo en descubrirlo, encontrar un repertorio con el que me identificara y que sintiera que iba a tocar mejor. Siempre fui un músico diverso, porque así me enseñó mi primer maestro, Carlos Allú, en Pringles. Yo tocaba música popular y música clásica al mismo tiempo, siendo un niño, y no distinguía entre géneros mayores y menores. Yo tocaba todo en el mismo nivel. Hace poco toqué unas variaciones de Giulliani seguido de una chacarera de Cardoso y así, y creo que eso es lo mio, lo que yo soy. Creo que uno tarda en descubrir qué es lo que le queda como anillo al dedo en cuanto a repertorio. Uno interpreta y transmite mejor las obras que mejor siente, no importa que sea fácil o difícil. Cuando uno le da verdadera música a lo que toca, la gente reacciona. Y es con el tiempo que yo fui encontrando lo que mejor sentía y mejor interpretaba, y eso era lo que mejor tocaba. El problema es la identificación, y uno se va dando cuenta con el tiempo de eso.
Y supongamos el caso de un estudiante que todavía no sabe bien qué es lo que le gusta, ¿Cómo lo ayudarías a descubrirlo?
Bueno yo creo que está bueno que en la formación estudien distintos estilos y épocas. Pero aparte de lo que está programado y establecido, le sugiero que busque, personalmente. Que busque por los márgenes. Lo establecido, lo programado, es un camino, y está bueno que busque por otros caminitos que hay al costado, escondidos. Lo principal que le diría es que no todo está ahí, en el Conservatorio, en los programas. Hay otros condimentos que están ahí, en los márgenes, afuera. No tomar como único lo que estudia en la carrera.
Tomando el caso de aquel que se recibe y tiene su título y comparándolo con tu caso ¿Hasta qué punto realmente uno se “recibe” de músico? ¿La formación termina con el título o el estudio continúa?
Bueno con respecto a los títulos yo he observado algunas cosas. Ahora hay toda una cosa con respecto a los títulos: está el título, el post título, el doctorado, el magister, etc. Yo me he especializado mucho y no tengo un título formal sobre eso, y creo que está bueno que eso exista, que todo el trabajo y el esfuerzo de uno estén refundados por algún título. Está bueno porque es el trabajo de uno. Desde otro punto de vista se vuelve como una maquinaria, donde uno termina un título y sigue estudiando, y termina ese y sigue estudiando para tener otro, y así. Creo que para tocar, para aquel que le gusta tocar, no es necesario tanto título. Lo que quiero decir es que la formalidad del título está buena para algunas cosas, pero pueden no servir tanto para otras, como por ejemplo la práctica de tocar. Para el que le gusta tocar no es necesario tanto título, porque uno puede saber mucho más con un título, pero para tocar vale la interpretación, y eso está muy dentro de cada uno y no sé si hay título para eso.
Con respecto al egresado de música ¿Cuál crees que es su salida profesional? ¿La docencia, el escenario, cuál sería?
Muchas veces me ha tocado esa responsabilidad como profesor de explicar los pormenores de la carrera formal de música. No para desalentarlos, sino para darles una visión de la realidad. Yo les digo que no crean que porque les gusta tocar mucho tocar la guitarra, al hacer una carrera en el Conservatorio van a estar todo el día tocando la guitarra. Son muchas materias, es una carrera difícil, y capaz que lo que uno desea íntimamente lo puede hacer solo en un mínimo de tiempo disponible, y el resto del tiempo lo tiene que dedicar a otras cosas, a completar su formación. Aquel que decide estudiar un profesorado en guitarra porque le gusta mucho el instrumento, también tiene que pensar que le tiene que gustar dar clase, porque el título es para eso. A mí me encanta tocar y dar clase. Pero hay gente que hace la carrera porque le encanta dar conciertos, pero la salida económica principal es la docencia. La salida de concertista, de tocar, es muy azarosa. Es muy difícil conseguir actuaciones, es difícil que le paguen a uno por eso, y aún en ese caso es difícil vivir de eso. Yo creo que eso hay que complementarlo con el trabajo de profesor. Uno luego puede formar un trío, un cuarteto, una banda, lo que sea, y sacar un extra, y buscar un equilibrio e ir compensando las dos cosas. Lo de actuar, además de lo azaroso, es que ahí no hay jubilación, ni obra social, etc. Dando clases formalmente uno está más protegido. Esa es la realidad que trato de hacerle ver a la gente que se quiere dedicar a esto.
Cambiando de tema, contame tu experiencia con la música de cámara.
Bueno yo he tocado muchísima música de cámara. Creo que debo ser una de las personas que más ha tocado con orquesta acá en Argentina. Siempre he tocado con cuartetos de guitarras, y también he tocado mucho con cuarteto de cuerdas frotadas, con los que tengo varios discos. Pero sobretodo, toda la vida he hecho orquesta de guitarra. Pero orquesta generalmente amateur, aunque últimamente hemos tocado con una orquesta más profesional, como con la que hicimos el Concierto en Do mayor de Vivaldi en el Festival Puertas del Sur. Pero la orquesta amateur la he trabajado toda la vida, desde hace 30 años ¿Por qué? Porque como la guitarra es un instrumento tan difícil para tocar como solista, a veces había que esperar que un alumno de cien pudiera tocar una pieza, andá a saber cada cuánto. Entonces decidí hacer arreglos donde cada uno toque pocas notas y en el grupo se complete la pieza, y poder tener la vivencia de hacer escuchar una obra, formando parte de una orquesta aunque uno sepa muy poquito.
La orquesta de guitarras para mí tiene muchos ingredientes. Uno de los ingredientes es el hecho de hacer música inmediata en público. Otro es, desde el punto de vista técnico, que la guitarra es muy solista, se banca por sí sola, y el hecho de escuchar otras melodías, otras voces, y ver cómo van ensamblándose entre sí, jugando armónicamente, tiene una formación del oído mucho más complementaria que si se trabaja solo. El escuchar a otro es otro tipo de oído. Desde otro punto de vista, por ejemplo desde lo actitudinal, podría decir que conformar un colectivo implica escuchar, sentir, ver la presencia de otro, un otro con otra alteridad y otra historia. Entonces, en un mundo donde la marea te lleva hacia el camino del individualismo, del mérito personal, donde el éxito es el dinero o la fama… es una cuestión muy poco solidaria donde uno no ve al otro, se ve a sí mismo. La práctica específica de la orquesta de guitarras es eso, hacer algo con otras personas, ponerse de acuerdo con ellas, y eso implica respetar al otro, respetar sus códigos, su forma de ser, de interpretar, de tocar, escucharlo, y tiene una cosa afectiva muy interesante. Creo que la felicidad es mayor cuando es colectiva. La alegría es mayor, el disfrute es mayor, el goce es mayor cuando se hace en forma colectiva. Por esto yo le doy un valor más amplio a la práctica colectiva en guitarra.
Yo personalmente ya estoy cansado de tocar solo. Es mucha presión, mucha responsabilidad. Y cuando tengo que tocar con otra persona, con un cuarteto, más aun con una orquesta de guitarras, es como que digo “Ah… qué alivio, qué lindo es tocar con otros”, y librarme de esa carga de estar solo y cargar con toda la presión. Compartir la música con otro es muy lindo. Y cuando hay una relación afectiva, de amistad con el otro, hasta la música sale mucho mejor.
Contame ¿Qué es el escenario para vos? ¿Cómo te sentís ahí?
El escenario siempre fue un punto de conflicto para mí. Desde los 14 años que di mi primer concierto, siempre fue una prueba de nervios porque siempre me puse muy nervioso. Hasta el día de hoy que me pongo muy nervioso. Es una prueba en público que dependiendo del día que te toca te puede salir bien o mal, más en un instrumento tan imperfecto como la guitarra que es ideal para equivocarse. Pero, a su vez, uno se mete tanto en la pieza que toca, que siente necesidad de transmitirla a otro. Entonces ahí hay un conflicto: por un lado la necesidad de transmitirle al otro y por otro esa situación tensa de nervios. Eso es en mi caso, he visto otros guitarristas que no se les mueve nada, que tocan con total tranquilidad y naturalidad, como si estuvieran tocando en la casa. Yo siempre sentí tanto la interpretación de las piezas que digo “esto tengo que hacérselo sentir a alguien”. Y sentir, solamente sentir, no demostrar la superioridad en nada. Simplemente hacerla sentir a cualquiera, a la gente común, a todo el mundo. La música está para eso, sino para qué estudiamos si no le podemos hacer sentir nada al otro.
Quería hacer hincapié en este tema de los nervios y el escenario, siendo un problema muy común entre los estudiantes ¿Cómo los combatís o qué le sugerís a alguien para combatirlo?
Siempre hay predisposiciones naturales que favorecen a algunos y desfavorecen a otros. En mi caso, yo siempre hice mucho la práctica del role playing. Luego de saber las piezas, de conocerlas bien y tenerlas preparadas, hago un role playing. Por ejemplo: entro a la cocina de mi casa y simulo que estoy donde voy a tocar, como si hubiera público, y me concentro tanto como si estuviera en el teatro; entro por el lado derecho, saludo, me siento en la silla, toco todo el repertorio de principio a fin, como salga, me levanto, saludo, agradezco y me retiro. Luego de hacer este role playing, analizo en qué cosas me equivoqué y trabajo sobre eso. Al otro día, hago lo mismo, y así varias veces. Pero realmente hago un role playing, me concentro tanto que estoy nervioso y me tiembla la mano como si estuviera en público, de tal manera que cuando llega el momento del concierto ese momento ya lo viví varias veces. Lo más importante es el training. Cuando tengo que tocar un concierto tres o cuatro veces, la segunda vez sale mejor, la tercera mejor y la cuarta mejor aún. Es el training lo primordial, no estar tanto tiempo sin tocar, sino cuando está mucho tiempo sin tocar los nervios y la inseguridad vuelven. Pero cuando te codeás con el monstruo día a día dejás de tenerle miedo, y le hablás como si fuera un conocido en la cocina. Y después, fundamental, no dejar nada librado al azar: todos los movimientos que hace la mano derecha y la mano izquierda, conocerlos, saber qué estoy haciendo, tomar consciencia de todo lo que hago, y que no sea una ejecución automatizada.
Como ya hablaste mucho y para ir cerrando, decime ¿Por qué le recomendarías la guitarra a alguien?
Yo no recomendaría directamente la guitarra. Le diría que elija el instrumento que quiera, que le apasione, con el que se sienta identificado. Por ejemplo, en mi caso no fue una elección. Yo si hoy tuviera que elegir, elegiría el piano. No me alcanza la guitarra para expresarme. El piano me parece que lo podría aporrear un poquito más que la guitarra, que ya la aporreo bastante. Yo diría que cada uno, si le gusta la música, que pruebe el instrumento, a ver cuál es el que le cae mejor. Y que elija un instrumento si es que le hace sentir algo. Si no siente nada… no. Si siente algo, bueno, es un lindo camino para recorrer. Y el instrumento no tiene por qué ser uno musical. Su instrumento puede ser su voz, su cuerpo para la danza. Su instrumento puede ser el cine, las manos para la pintura. Todo lo que sea actividades de expresión artística es un buen camino para desarrollar lo que uno siente.
Los futuros proyectos de Alberto están colmados de actuaciones, grabaciones de CDs y ediciones de libros de partituras. Pero sobre todo planea seguir adelante con los festivales de guitarra y con los proyectos de orquestas de guitarra. Ésta última es una de las principales ideas que quise destacar a través de esta entrevista: el valor social de la música a través de la práctica conjunta. Aparte de toda su carrera como guitarrista, creo que una de las cosas que mejor ha logrado Alberto es ésta, unir a la gente a través de una pasión en común como lo es la guitarra, y creo que su ejemplo es digno de ser seguido y comentado. Creo que lo mejor que podemos hacer es tratar de participar y colaborar en esto. Tocar juntos, compartir, opinar, respetar. Últimamente, y esto lo digo dejando de lado lo musical, creo que estamos viviendo un país donde las diferencias sociales se agudizan cada vez más, donde el respeto al otro queda tapado por la arrogancia y la necedad, donde el bien propio vale más que el bienestar común. Tocar para uno mismo está bueno. Tocar a mi manera, sin dejarse llevar por las opiniones de otros, también está bueno. Que exista alguien que escuche y se emocione con eso, está mejor aún. Pero a veces, lo que nos está faltando es sentarnos uno al lado del otro, intercambiar opiniones, escucharnos, respetarnos, buscar cosas en común y tratar de construir una obra maravillosa juntos. Y que la gente vea que existe un grupo de personas, diferentes entre sí, que son capaces de reunirse y de dejar sus diferencias de lado para construir algo mayor, de bien común, para compartirlo con todo el mundo, eso, está buenísimo.